La intensidad de la estación seca, que cada año empieza antes por el cambio climático, incrementa los incendios en un 3000%.
Cada año, la misma paradoja: las llamas se convierten en protagonistas absolutas en la llanura inundada más grande del planeta. Cuando llega la estación seca, el Pantanal, que además de Brasil también abarca parte de Bolivia y de Paraguay, se convierte en un polvorín. Son los peores incendios desde 2020, cuando este valioso bioma perdió un cuarto de su superficie pasto de las llamas. En los 20 primeros días de este mes de junio se registraron más de 7.200 focos de incendio, un 3.000% más que en el mismo periodo del año pasado, según los datos del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales de Brasil (INPE), que capta imágenes vía satélite. Una superficie equivalente a 500.000 campos de fútbol ya se ha convertido en cenizas este año en este paraíso para los jaguares. El Pantanal concentra la mayor población mundial del felino.
En los últimos días el fuego ha sido especialmente virulento en torno a la ciudad de Corumbá (Mato Grosso do Sul), donde no llueve desde hace más de 50 días. Con los incendios y la baja humedad, la ciudad, epicentro del ecoturismo en la región, ha sido tomada por una densa humareda. Decenas de alumnos de una escuela a orillas del río Paraguay tuvieron que ser evacuados en lancha, hace unos días, por la cercanía de las llamas. La sequía y el bajo caudal de este río están entre los principales factores que explican esta explosión de incendios.
El Paraguay es el principal río del Pantanal, pero en su trecho brasileño está tres metros por debajo de su nivel habitual para junio. En mayo, la Agencia Nacional de Aguas declaró por primera vez en la historia situación “crítica” en esta cuenca hidrográfica. Con la escasez de lluvias de los últimos meses, los arbustos y gramíneas se transforman en paja, el combustible perfecto. El Pantanal, igual que la Amazonia, suele sufrir con la estación seca en la segunda mitad del año, pero el cambio climático, agravado ahora por los efectos de El Niño, está adelantando cada vez más el calendario de riesgo.
El presidente del Ibama (la agencia de protección ambiental del Gobierno), Rodrigo Agostinho, remarcaba la semana pasada que la situación es absolutamente inédita: “Nunca tuvimos fuego en el primer semestre en el Pantanal. En el primer semestre del año el Pantanal siempre estaba bajo el agua”, recordaba. A principios de este mes, cuando el fuego ya asomaba con fuerza, el presidente Luiz Inácio Lula da Silva firmó con los gobernadores de los Estados que componen el Pantanal y la Amazonia un pacto para la prevención y el control de los incendios.
El plan está centrado básicamente en intercambiar informaciones e integrar bases de datos, pero no cuenta con una dotación presupuestaria específica. Durante la firma del pacto, la ministra de Medio Ambiente y Cambio Climático, Marina Silva, sugirió que el Gobierno movilice “recursos extraordinarios, medios extraordinarios y acciones legales también extraordinarias para la contratación de brigadistas”, sin detallar cifras.
Lo máximo que se ha conseguido es la contratación temporal de brigadistas que en los próximos meses se dividirán entre el Pantanal y la Amazonia. Serán apenas 2.000 personas luchando contra el fuego en una superficie mayor que la Unión Europea. La política ambiental del Gobierno Lula, a pesar de datos positivos como la caída de la deforestación en la Amazonia, sufre estrecheces económicas. Miles de funcionarios medioambientales han dejado de trabajar sobre el terreno en demanda de mejoras laborales. Su ausencia en el campo se ha notado en los meses previos a las crisis, cuando se ponen multas y se vigila quién deforesta para luego quemar los restos.
En el Pantanal, la persistencia de los incendios pone en jaque la capacidad de este valioso bioma de regenerarse de forma natural, y es que, en muchos casos, las llamas devoran vegetación que aún estaba recuperándose de incendios anteriores. De esta forma, son cada vez menos los rincones del Pantanal con árboles adultos y el ecosistema completo y original. Un estudio reciente de MapBiomas indica que casi el 60% del Pantanal ha ardido en algún momento en los últimos 40 años, nueve millones de hectáreas.
Los humedales albergan el 40% de las especies animales y vegetales del mundo y son clave para mitigar los efectos del cambio climático porque almacenan una cuarta parte de todo el carbono del suelo. Un estudio divulgado esta semana por la Environmental Justice Foundation (EFJ) lamenta que, pese a su importancia, las medidas políticas para protegerlos no estén a la altura. El 35% de los humedales naturales del mundo desaparecieron en tan solo 45 años, de 1970 a 2015, un ritmo de destrucción tres veces más intenso que el de los bosques y mucho menos publicitado.
La mayoría de los incendios en el Pantanal son provocados por el ser humano, ya sea de forma intencional o fortuita. Muchos por descuidos a la hora de quemar rastrojos. Otros, de manera deliberada para abrir espacio para los pastos para el ganado. Por eso, organizaciones ecologistas como EFJ reclaman que la UE incluya a los humedales en la normativa que impide importar productos procedentes de la deforestación ilegal. De momento, sólo están contemplados los bosques.
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