En la reunión con los gobernadores, Alberto Fernández y González García exhibieron proyecciones del ritmo de contagio; Larreta y Kicillof son los más inquietos por el impacto en el AMBA.
Alberto Fernández se sentó frente a los gobernadores con calma y gesto serio. La decisión de decretar una cuarentena general ya estaba tomada y era compartida de antemano por todos los mandatarios provinciales. Pero en ese encuentro quedó más claro por qué era imprescindible avanzar con una medida excepcional. Sobre la base de la experiencia de otros países se analizaron las curvas de contagio y se trazaron tres escenarios posibles para la Argentina, uno optimista (similar al de China en términos de ratio de incremento diario), otro intermedio (dividido en temprano y tardío, de acuerdo con la evolución de la curva) y el último pesimista (promedio europeo). Las cifras de afectados, según los escenarios que desglosó el ministro de Salud, Ginés González García, apuntan a que unas 250.000 personas podrían verse infectadas en el país para junio, en el marco de un sistema sanitario que ofrezca respuestas satisfactorias para una evolución controlada. Pero el informe también traza una serie de variables hipotéticas que en el peor de los casos podría elevar la cifra a más de 2 millones de personas afectadas, con un sistema colapsado. Por suerte el informe le asigna una baja probabilidad a este escenario.
Los datos dejaron muy preocupados a los gobernadores, que se retiraron convencidos de que la crisis sanitaria es inminente, y de que los esfuerzos están destinados a minimizar sus efectos. También de que el período de excepción probablemente se extenderá más allá del 31 de marzo porque el pico de casos está previsto entre fines de abril y principios de mayo. «Sería extraño que levanten la medida en un momento en el que la curva de infectados esté en alza sin haber alcanzado su máximo», concluyó uno de los gobernadores presentes en la reunión.
Dos mandatarios estaban especialmente inquietos. Horacio Rodríguez Larreta y Axel Kicillof asumen que son quienes van a cargar con la peor parte de la pandemia, como lo están demostrando las primeras estadísticas. Por eso sus equipos ya habían tenido reuniones previas con la Nación en la búsqueda de soluciones conjuntas, y ayer volvieron a hacer recorridas compartidas. La circulación del virus en el AMBA es un hecho, y por eso la cuarentena es clave para acotar su expansión.
La evaluación de las primeras jornadas de «aislamiento social, preventivo y obligatorio» fue positiva, aunque en la Casa Rosada admiten que esperaban una parálisis más fuerte. Las fuerzas de seguridad trabajaron hasta ahora con la consigna de no ser excesivamente restrictivas, aunque el Gobierno se preocupó en exhibir varios casos de detenciones para generar un efecto aleccionador. Lo más probable es que se endurezcan las medidas en los próximos días, como advirtió ayer la ministra de Seguridad, Sabina Frederic. Va a ser una prueba para la idiosincrasia indómita de los argentinos, que interpretan cada restricción como un desafío personal.
Todavía impera en la sociedad cierta subestimación del problema, como refleja la encuesta que ayer difundió Poliarquía. Si bien la cifra de quienes dicen estar muy preocupados aumentó del 28% a principios de mes al 64%, todavía el 48% cree hoy que la pandemia irá cediendo por la mera aplicación de la cuarentena. La capacidad de adaptación social frente a las semanas más difíciles que se avecinan es una preocupación adicional para las autoridades. Por el contrario, si el impacto es menor al esperado, contribuirá a restituir una sensación positiva de destino común que el país extravió hace mucho tiempo.
Al dar su mensaje público el jueves, Alberto Fernández resaltó la ventaja que tiene la Argentina de poder contar con la experiencia previa de otros países. «Tenemos que aprovechar que Dios nos dio una oportunidad, que es darnos tiempo para prevenir el avance del virus», remarcó. Sin embargo, hay un dato que todavía no fue testeado: cómo se produce la propagación en contextos socialmente vulnerables. Hasta ahora el virus se trasladó de China al corazón rico de Europa y de Estados Unidos.
En África las cifras de afectados son bajas y en América latina recién está empezando a impactar. Por eso el interrogante crucial apunta al conurbano bonaerense, donde el nivel de concentración de personas por vivienda, los hábitos sociales y el bajo nivel de acceso a la salud conforman una escenografía potencialmente grave.
El tema también preocupa a Rodríguez Larreta porque más del 40% de los pacientes que se atienden en hospitales porteños vienen del primer y segundo cordón. De allí su desesperada búsqueda por sumar camas y equipamiento para cuando llegue el pico de contagio. En la reunión con gobernadores quedó en claro que todos, incluso intendentes, compiten en una carrera subterránea por comprar respiradores, un bien que escasea en todo el mundo.
Kicillof sumó a su intranquilidad por la cuestión sanitaria sus cálculos pesimistas por el efecto económico de la crisis en su territorio. Precisamente en el cordón urbano pobre de la provincia reside la mayor parte de trabajadores informales que son los primeros que se verán afectados por la parálisis de la actividad productiva. Hasta ahora no hubo ninguna medida del Gobierno para ellos. Este tema generó ruidos con el exministro, quien no participó de la reunión de mandatarios y llegó recién al final para la conferencia, por un pedido especial de Alberto Fernández, quien quería simbolizar en una imagen la unidad de todos los actores políticos del país.
En la reunión con los gobernadores el tema económico había sido parte de la conversación. Todos los mandatarios pidieron gestos de la Nación, desde ATN hasta un nuevo pacto fiscal. Nada muy novedoso hasta ahí. Pero hubo un planteo que perforó la estrategia del Gobierno. Un grupo cuestionó las medidas paliativas que habían anunciado Martín Guzmán y Matías Kulfas el día anterior porque no estaban pensadas para el período de cuarentena. «Para qué queremos incentivar el Ahora 12 y las obras públicas si al mismo tiempo le estamos diciendo a la gente que se quede en su casa», razonó uno de los protagonistas. Está claro que el Gobierno decidió soltar amarras de todas las restricciones fiscales al anunciar un paquete de asistencia de $700.000 millones, que va a salir de una aceleración de la emisión y de la postergación de la deuda. Si la Unión Europea acaba de sacrificar su dogma sacrosanto de que la deuda no puede superar el 60% del PBI y el déficit el 3%, porque no lo haría un país más indisciplinado como la Argentina. El asunto es si la instrumentación de esa ayuda va a servir para amortiguar el inédito panorama de un sistema productivo que quedó inmovilizado casi por completo y que, según una primera estimación del Gobierno, reducirá el PBI al menos en un 2% más que el previsto hasta ahora. El economista Luis Secco comparte las dudas: «El sector más afectado es el de la economía informal, para la cual es más difícil lidiar durante un período largo de inactividad. Y ahí la política económica tiene menos para decir».
Un cambio de época
Detrás de estos interrogantes subyacen planteos globales mucho más profundos, que hoy son imposible de visualizar en el medio de un cataclismo inédito.
No se trata solo de la obvia necesidad de reforzar los sistemas sanitarios públicos en todo el planeta, después de un proceso de progresiva reducción y privatización. Tiene que ver, fundamentalmente, con la estructura económica y social, una dimensión todavía inexplorada por los máximos líderes internacionales, que hasta ahora han exhibido una incomprensible falta de coordinación, como subraya el escritor Yuval Harari en un artículo que publicó esta semana en el diario Financial Times.
Es probable que el futuro que emerja después de la pandemia reconfigure por completo las dinámicas de la humanidad.
El ensayista Alejandro Katz lo plantea en estos términos: «El mundo que salió de la revolución industrial, de la revolución francesa y de la revolución americana llega a su término». Según este planteo, «la crisis del coronavirus se transformó en un catalizador de los cambios tecnológicos que ya estaban en marcha, y que implicaban el progresivo reemplazo del trabajo humano por robots y algoritmos. La pandemia va a permitir ver el mundo como no lo estábamos viendo, pero como estaba ocurriendo en realidad». Desde esta mirada, no enfrentamos solamente un gravísimo problema sanitario, sino un cambio de época. El más profundo de los últimos doscientos años.
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