El presidente electo dio a entender que su política exterior se va a guiar por “valores” más allá de los “intereses” que Argentina tenga. Aunque es muy probable que sea la misma realidad la que le ponga límites.
La presidencia de la República Argentina que encarnará Javier Milei, a partir del 10 de diciembre de 2023, se enmarca dentro de un fenómeno global que ya ha tocado a grandes países como Estados Unidos y Brasil. Aunque con diferencias y características propias, tanto Donald Trump como Jair Bolsonaro, hicieron suyo este triunfo dentro de lo que consideran un aliado inesperado para luchar en contra del comunismo y las ideas progresistas.
El mandatario norteamericano, en plena campaña para retornar a la presidencia en 2024, en la cual tiene muchas chances, felicitó tres veces al argentino: por mensaje en redes sociales, por video y llamó por teléfono. Le fue imposible disimular su gozo cuando apenas si tiene aliados en el poder mundial. Y sorpresivamente, aparece uno en la otra punta del continente.
En tanto, el ex presidente brasileño, también se adueñó del triunfo. Éste se encuentra inhabilitado por el máximo tribunal para ejercer cualquier cargo electivo hasta el 2030, por abuso de poder durante su mandato. De todas maneras, de la mano de su hijo Eduardo que apoyó a Milei durante toda la campaña, sigue tejiendo poder.
En este contexto, la pregunta que nos recorre a muchos es ¿cómo será la política exterior argentina durante los próximos cuatro años?
Javier Milei dio a entender que ésta se va a guiar por “valores” más allá de los “intereses” que el país tenga. Le ha dicho a Tucker Carlson, ex presentador norteamericano de Fox News e icono mediático de la ultraderecha global, que viajó a la Argentina para entrevistarlo: “No solo no voy a hacer negocios con China, no voy a hacer negocios con ningún comunista. Soy un defensor de la libertad, de la paz y de la democracia. Los comunistas no entran ahí. Los chinos no entran ahí. Putin no entra ahí. Lula no entra ahí”.
Es muy probable que sea la misma realidad la que le ponga un límite a estas consideraciones. Ocurrió con Bolsonaro, obstinado antiglobalista y asiduo crítico de China. La presión vino directamente desde el agronegocio, principal perjudicado por sus ventas al gigante asiático. En Argentina, es difícil ignorar la relevancia del “país comunista”. La actual potencia internacional ayudó a reforzar las reservas del Banco Central, a financiar proyectos de infraestructura y es el segundo destino exportador.
El lugar principal que se le otorga a Estados Unidos en este esquema es bien conocido en estas tierras. Algunos referencian la época de las “Relaciones Carnales” de los noventa. Aunque el vínculo hubiera sido prioritario también si Sergio Massa era presidente. Esto tiene que ver con la extrema vulnerabilidad financiera en la que Argentina se encuentra. El país depende de la asistencia del FMI, un organismo fuertemente controlado por Washington.
La administración Biden ha contemplado con inquietud el ascenso de Milei, quien con sus propuestas radicales, incluyendo la dolarización, forma parte del mismo espectro ideológico que Trump. Es más, en la última semana la vinculación directa entre ambos generó más preocupación en los entornos de la Casa Blanca. Son estos, junto con Bolsonaro, considerados una amenaza para la democracia. Basta recordar los intentos golpistas, fogoneados por los ex presidentes, cuando dejaron el poder.
Un artículo publicado hace una semana, por los académicos internacionalistas Bernabé Malacalza y Juan Gabriel Tokatlian, titulado “Argentina: con Javier Milei la diplomacia conspiratoria llega al poder”, expresan los probables ejes de la nueva política exterior, la cual se enmarca dentro de un fenómeno global llamado “Internacional Reaccionaria”. Ésta surgió hace al menos una década, como estrategia política, para hacer frente a la incertidumbre e inestabilidad mundiales.
Dentro de las principales características de esta “Internacional Reaccionaria”, que los autores caracterizan como de facto, polifacética, geográficamente dispersa e ideológicamente heterogénea, se encuentran varios ejes comunes. Entre ellos, la necesidad de restaurar un pasado histórico que se ha perdido. Esto en Milei se expresa en sus dichos de “Argentina volverá a ser potencia mundial”. Y la pretensión de recrear un “nuevo” orden que desmantele el sistema existente tanto doméstico como internacional.
Los “Internacionalistas Reaccionarios” aspiran a dar forma a una sociedad mundial basada en su propia visión. Ésta se centra en el rechazo a las ideologías progresistas de cualquier tipo. Para ello, crearon una agenda pseudointelectual, más o menos coherente, enfocada primariamente en reprobar lo que estiman es una conspiración globalista vinculada al ámbito nacional. Este enfoque les otorga cierta lógica que les permite despreciar los derechos fundamentales, los avances sociales y las instituciones multilaterales.
Partiendo de estas premisas, los mandatarios que forman parte de esta internacional, llevarán a cabo una “Política Exterior Conspiratoria”. Allí podemos situar las implementadas por Donald Trump y Jair Bolsonaro, así como también podríamos ubicar a la futura política exterior de la administración de Javier Milei. En los últimos dos lustros, este tipo de diplomacia ha cobrado impulso por lo cual su proyección no puede ignorarse.
Dado el carácter ideológico que aporta la visión de Milei, alimentada de ideas dogmáticas y reaccionarias, es probable que Argentina vea resentidas sus relaciones con todos los países que no formen parte de lo que el mandatario llama «el mundo libre y las democracias liberales». Esto incluiría no solamente a China y Brasil sino también gran parte de los países latinoamericanos. Más allá de los esperables Venezuela, Cuba y Nicaragua.
Otro de los temas que se verá menoscabado será el “multilateralismo”. El futuro mandatario ha expresado críticas hacia el Mercosur llamándolo una asociación imperfecta. Y aunque en un principio expresó la no adhesión del país al BRICS, en estos días se manifestó que se está analizando seriamente la posibilidad de mantener la inclusión al foro, aunque con una participación de muy baja intensidad. También probablemente veamos críticas a Naciones Unidas y oposición a la Agenda 2030.
Preocupa a muchos diplomáticos el tratamiento, que el nuevo gobierno haga de uno de los pilares de la política exterior argentina en éstos cuarenta años de democracia: la “Promoción Internacional de los Derechos Humanos”. Son éstos un activo esencial del perfil del país en el mundo, que forjó el gobierno de Raúl Alfonsín. Argentina es hoy un ejemplo de condena de los crímenes de lesa humanidad y la defensa del derecho a la verdad desde el histórico juicio a las juntas militares. Nuestra nación es reconocida por realizar el primer enjuiciamiento en el mundo a una dictadura militar bajo el Estado de Derecho.
El gobierno de Javier Milei tendrá muchos desafíos a nivel externo. Ha planteado que «Argentina va a ocupar el lugar en el mundo que nunca debió haber perdido». El sentido es muy similar al de “Hacer a América grande de nuevo” de Trump, quien en su saludo auguró al futuro mandatario: “Hagan a Argentina grande de nuevo”. En definitiva, se trata de una especie de refundación de la política exterior argentina.
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